lunes, septiembre 25, 2006

Jesús Silva-Herzog Márquez

De comillas

Las comillas son comas que pierden el piso. No son pausas sino advertencias. Rizos que anticipan una mudanza. La palabra cambia de fuente. El autor avisa que cede la palabra a otro. Las comillas son así marcos de respeto, de reverencia, incluso. La cita suele ser una forma de treparse en el pensamiento de otro para fundamentar una idea. Las comillas sirven así para rendir homenaje, para pedir auxilio o, incluso, como una forma presuntuosa de "cultura". Pero las comillas pueden ser usadas también de otro modo, como la seña de ironía que acabo de emplear. La palabra no cambia de autor sino de intención. Las comillas ayudan a cambiar de tono. Lo que en la voz se denota con la modulación cáustica de una palabra, en la escritura adquiere simplemente comillas. Para referirnos a un pillo, decimos el "honestísimo" empresario. Las comillas advierten al lector que el sentido real de la expresión es contrario a su significado literal. Las comillas dejan de ser medallas de la admiración para ser instrumentos de la burla. Colocar comillas a un sustantivo o a un calificativo es desbaratar su significado usando la palabra para ridiculizar sus pretensiones. Las comillas envuelven caricaturas.

México encuentra hoy una oposición cuya estrategia fundamental es armarse de comillas. No es una oposición. Se trata, según ellos, de nuestro "verdadero" "gobierno". Al parecer no se percata del daño que se inflige al colocarse voluntariamente las comillas del escarnio. Un equipo de futbol se declara la "auténtica" Selección mexicana. El entrenador y sus jugadores carecen del reconocimiento de la federación. Sin embargo, aseguran que representan nuestro futbol profundo. El equipo no es invitado a los torneos internacionales, no tiene uniforme, no es reconocido por nadie más que por los propios "seleccionados". Aparece en ocasiones en una cancha jugando solo. Orgullosamente solo. Sus familiares y porristas gritan que ésa es la "verdadera" Selección mexicana; que la que juega en el Mundial es un equipo falso. Las aventuras de la Selección "auténtica" serían divertidas, porque nadie tomaría en serio sus empeños. Desde el momento en que se coloca entre comillas, se descalifica. Ha dejado de ser un equipo digno de ser considerado en sus términos, a ser un grupo de lunáticos: los loquitos que dicen ser la Selección mexicana.

En lugar del digno sitio de la crítica, de una oposición democráticamente constructiva, la oposición lópezobradorista ha optado por conquistar un gobierno entrecomillado. La "conquista" no ha sido particularmente difícil: convocó a sus aliados, les preguntó si querían a su líder como Presidente y los aliados gustosamente gritaron que sí. Una lástima, decía el cartonista Magú, que no se hubiera descubierto este mecanismo antes. En lugar de hacer campaña, de plantear una estrategia y un programa de izquierda, se puede ganar la Presidencia en una kermés tumultuaria. Hoy tenemos, pues, un "gobierno" "legítimo" "de izquierda". Tres entrecomillados de risa. Como lo ha dicho Carlos Fuentes: una auténtica payasada. Lo tenía muy claro el cacique (creo que ya no es aplicable el término caudillo para referirse a López Obrador) desde hace unas semanas. Se burlarán de nosotros, anticipaba. Pues sí, efectivamente es digno de burla el empeño de quien se hace proclamar Presidente en una congregación de incondicionales. ¿Verdad que soy el más hermoso del reino? ¡Sí, Andrés! ¿Verdad que soy el Presidente? ¡Sí, Andrés! ¿Verdad que el otro es un pelele? ¡Sí, Andrés! El Pueblo ha hablado.

El Pueblo es el grupo de mexicanos que corean mi nombre. La democracia es el acto en el que se me aclama, la legitimidad es la confirmación de mis ambiciones. Resulta interesante el entrecomillado de legitimidad. López Obrador se llama Presidente "legítimo". ¿Qué será la legitimidad para este hombre? Su "título" presidencial deriva de una concentración en la que sus seguidores lo proclamaron así. Grotesca manipulación de las palabras. Sobre todo, si se pretende asociar la idea de legitimidad con alguna noción democrática. Si alguna asociación puede tener esta noción es la legitimidad del fascismo italiano. Ésa es la tradición que hace suya López Obrador. La resistencia lópezobradorista tiene, en efecto, coloratura mussoliniana. Es la idea de que la movilización política es la auténtica expresión del pueblo. Quienes acuden a mi llamado para corear mi nombre son el Pueblo. La "democracia" de la aclamación es más auténtica, más profunda, más viva que la aburrida democracia de los procedimientos, las diabólicas instituciones y las rutinas elitistas.

La izquierda guiada por López Obrador no tiene más que asumir la vergüenza de sus comillas. Esa "izquierda" no es una formación moderna que busque la implantación de un programa reformista sino una formación auténticamente reaccionaria que se acoge a la filosofía política del fascismo italiano y las técnicas argumentativas del castrismo. Además de entender la democracia como aclamación, el movimiento lópezobradorista ha decidido abrazar la siniestra práctica del acto de repudio: como discípulo del régimen cubano, las tropas fieles a López Obrador han decidido hostigar cada presentación pública del Presidente electo. Seguirlo en cada rincón del país para insultarlo y boicotear sus actos; lanzarle piedras, escupitajos y huevos. Le haremos la vida imposible, han amenazado abiertamente sus voceros. Si la democracia de López Obrador se reduce a la manipulación asambleística, la crítica se ejerce con el refinamiento analítico del porrismo. Quienes se han atrevido a cuestionar el camino son abucheados como traidores. A eso lleva López Obrador con su gobierno de comillas. Además de ridículo, personifica con nitidez la cosmovisión autoritaria. El futuro está en la renuncia a las comillas, en la aceptación de la realidad.